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Roy Gómez

Amar al amor…

Las lecturas de este domingo nos han querido centrarnos claramente en el tema del amor, como programa prioritario para los cristianos. En este sexto domingo nos da impresión de que la Pascua, que estamos celebrando, tendría aquí su clave principal: Dios es Amor. Dios nos ama, y nosotros, ¿amamos o no amamos? Éste es el “mandamiento” por excelencia, que nunca acabamos de aprender y cumplir. Hemos de mirarnos a este espejo y examinarnos, para saber se estamos siguiendo bien los caminos del Resucitado.

“Amor” es una palabra que usamos mucho, pero que puede llegar a vaciarse de contenido. Aquí se nos presenta intensamente cargada de sentido. El que cree y se siente amado por Dios, el que tiene conciencia de “hijo” de Dios y “hermano de Cristo”, tiene un programa de vida clarísimo: tiene que amar a Dios y a los hermanos. Es un programa que nos ofrece los mejores ideales y a la vez la más auténtica alegría. Nos lo dice el propio Jesús en el pasaje evangélico que acabamos de leer: Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría llegue a plenitud

La alegría de Cristo es honda y cabal: es la alegría del que se ha sacrificado por los demás hasta las últimas consecuencias. En nuestra vida familiar y social tenemos muchas ocasiones para ejercitar el segundo mandamiento que se hace imprescindible para cumplir el primero; sus actos se llaman: cercanía, dulzura, amabilidad, comprensión, perdón, ayuda generosa. Más allá de la propia familia y de aquellos nuestros amigos, está siempre el prójimo, a quien siempre debemos acercarnos con gesto amigo. Recordemos a Santa Teresita del Nino Jesús: AMAR AL AMOR…DIOS, DIOS ES AMOR.

Hemos escuchado en la primera lectura un caso muy hermoso de esta caridad fraterna, concretada en la actitud de tolerancia y universalismo. La primera comunidad por medio del apóstol Pedro, y luego por parte de todos, aceptando en la fe a una familia pagana, romana por más señas, la familia del centurión Cornelio, iluminados por el Espíritu Santo, se dan cuenta de que Dios no hace acepción de personas, que no distingue entre naciones y lenguas y procedencias. La comunidad cristiana, desde sus inicios, aprendió así una lección de apertura y de amor fraterno.

En la segunda lectura San Juan nos ofrece esta definición de Dios: Dios es amor. Ese amor nos lo ha mostrado enviándonos a su Hijo único, y la primera consecuencia que ha de tener en nosotros es ésta: amémonos unos a otros, ya que Dios es amor. Después nos recuerda que Dios nos amó primero y que ese amor suyo es gratuito: No es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó y nos envió a su Hijo. Y esa gratuidad siempre estará esperando respuesta por nuestra parte.

Si en la Carta de san Juan la palabra amor se repetía nada menos que nueve veces, otras tantas se repiten en el pasaje evangélico que hemos leído. La escena tuvo lugar en la celebración de la última Cena de Jesús con los Apóstoles; eran momentos entrañables de despedida, en los que Él les dice que, así como el Padre lo ama a Él y Él al Padre, y como Él los ha amado a ellos hasta llamarlos amigos y dar la vida por ellos, así ellos deberán amarse mutuamente. Y ahí está el mandamiento que les deja y en ellos a nosotros, como testamento: Que se amen unos a otros.

Un amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y entre todos nosotros, que tiene su manifestación más visible en la celebración de la Eucaristía. Cristo nos ha amado entregándose por nosotros –me amó y se entregó por mí -dice San Pablo-, y ahora se nos entrega a cada uno de nosotros en el Sacramento del Amor, pero junto con Él, cabeza del cuerpo místico, nos recibimos mutuamente; así no lo dice san Agustín: “Sobre la mesa de altar está el misterio que son ustedes y reciban el misterio que son”. Es aquí donde mejor se realiza el amor mutuo, que iba precedido por aquel gesto de la paz con el que nos deseábamos lo mejor entre nosotros antes de la pandemia.

Finalmente nos recuerda San Juan de la Cruz que “en el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados por Dios que es Amor, y el tema será el amor. Preguntémonos, pues, cómo andamos en esa asignatura. Sería bueno repasar las obras de misericordia, que son el mejor espejo a la hora mirarnos: dar de comer al hambriento, vestir a desnudo, visitar enfermo… etc. Lo ha dicho bien el evangelista Juan en su Carta: Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. ¿Amamos de veras? ¿Somos capaces de entregarnos por los demás? ¿Termina nuestro amor cuando comienza el sacrificio? Reflexionemos en nombre de Dios. Que así sea…Luz.

royducky@gmail.com

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